Martha Verdugo

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¿Por qué se ha vuelto tan difícil llorar?

Hace poco fui a un taller con todas las ganas de aprender y disfrutar de las experiencias de aprendizaje, me puse a disposición de mis maestros y me deje llevar por lo que había para mi.

Fue un sábado, el que me pasé llorando sin poner resistencia y haciendo lo que mi cuerpo necesitaba. Y descubrí entre otras muchas cosas, que en nuestra lucha por nuestros derechos básicos, que en nuestro caminar sonriéndole a la vida, y nuestra maneras de hacer frente a las circunstancias, las mujeres hemos dejado a un lado, hemos perdido los tiempos, hemos desvirtuado nuestro derecho divino, natural y humano de llorar.

Yo ese día lloré cómo cuando se llora de verás y  lloré todavía más. Lloré por todo lo que no me había dado cuenta que tenía que haber llorado y también lloré por todas las veces que me había aguantado. También lloré porque tenía ganas y después llore más porque sentí el derecho de hacerlo, así que lloré enojada, porque no iba a permitir que alguien me dijera que tenía que calmar mi llanto y después lloré de saber que habíamos perdido este hermoso y natural desahogo de llorar por ser las fuertes, las machas, las que no queremos parecer ridículas.

Lloré por las que hemos cedido nuestra sensibilidad por estar al pie de lucha, defendiendo nuestros derechos civiles que tanto trabajo nos ha costado ganar,  y porque entre estas luchas, llorar se ha tornado en un símbolo de debilidad y flaqueza. Lloré así por todas las mujeres que tienen la tristeza hecha piedra en el corazón y que a veces les baja hasta los pies y hacen su paso duro y fuerte. Lloré tendidamente, amorosamente, compasivamente. Lloré desde adentro, primero con mi garganta, después, con mi pulmones y termine llorando con toda la fuerza que me da ser fuerte y saberme amada. Y llorando también me di cuenta de que si bien nosotras ahora lloramos quedito para que nadie lo note, para que nadie se ofenda, para no asustar a las crías y que piensen que hemos perdido la fuerza, lloré de entender el gran peso que los hombres pueden cargar en sus pechos y espaldas de haber aprendido a no llorar nunca, y eso lo sentí tan triste y tan inhumano, tan doloroso y tan difícil.

Porque las lágrimas con su sal purifican, nos limpian  el alma y la mirada para poder clarificar sentimientos y pensamientos.  Las lágrimas vacían los pulmones del humo negro que da la tristeza, llorar es una necesidad del cuerpo, una manifestación de nuestros sentimientos, una estrategia natural para nuestro equilibrio mental.

Por esto, te invito a reivindicar nuestro derecho a llorar, cuando lo sientas, cuando lo necesites, cuando tu cuerpo te lo pida,  te invito a reflexionar sobre las veces que has impedido el llanto a tus hijos e hijas, y les has enseñado que llorar no es bueno, y que hay que controlarlo, cuando es una parte esencial de nuestra humanidad. Te invito a pensar de cuantas veces te  has guardado el llanto para otro momento y ese momento nunca te lo has brindado, porque estas ocupada siendo fuerte.

Te invito a recuperar tu naturaleza y permitir que el llanto te limpie las tristezas y no las escondas como pequeños dolores en tu cuerpo, como cajones secretos en tu pensamiento. Te invito a respetar tu sentir y llorar, llorar y llorar  y dejar que las lagrimas se asomen, te recorran la cara, te laven las melancolías. Porque después de llorar siempre se ve más clarito, más sereno, se respira mejor después de los suspiros, las alegrías son más honestas y la sonrisa más amplia.

Martha Verdugo.